jueves, 4 de junio de 2009

El techo intacto, tedioso. Un silencio impenetrable, rotundo. Un poco de sueño, otro de insomnio.
Las ganas raquíticas, hartas de añorar. La monotonía en su mejor momento, rebalsando el aire.
Un colchón placentero y un cuerpo derrotado. El abismo, a un costado.
Los pensamientos recostados en las trivialidades de la vida, hasta que tupidos van perdiendo la cordura.
La incertidumbre intolerable, haciendo eco en el aroma del futuro, del proceder, del acierto o del error.
Las fotografías de un pasado, articuladas y arraigadas en la memoria.
Caer en la cuenta de actos ilógicos, de tiempo perdido, de insensatez, de masoquismo. Avergonzarme por ello y por todas aquellas palabras que algún día derrame. Ser una verdadera idealista.
Resultar nuevamente, luego del próximo intento fallido de conciliar el maldito sueño. La noche se hace demasiado larga. El día acaba en un parpadeo. Y así el techo continúa intacto, el silencio impenetrable, las ganas raquíticas, por el resto de mis noches.

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