jueves, 4 de junio de 2009

‘Como te dije, los días se consumen uno tras otro, insulsos. Quiero algo distinto, ese algo capaz de destruir tanta cotidianeidad.’
Textuales palabras que le envié en un mensaje a mi cable a tierra, e inmediatamente, no me pregunten por qué, supe que era el momento de escribir.
Hacía calor, mucho calor, Buenos Aires estaba en llamas. No se escuchaba más que el cantar de los pájaros afuera, y una melodía que me zumbaba adentro. Era una tarde que se hacía llamar silenciosa, insulsa como le dije a mi amiga.
Estaba derrotada en la cama, pensando y con Joaquín en mis oídos. El calor era demasiado como para tomarme un café, pero necesitaba escribir. No tenía fuerzas, ni ganas de levantarme, entonces decidí hacerlo en el móvil, ya que siempre lo tengo a mi lado, a dos segundos de las manos.
Miré por la ventana y me asombró ver una desolación semejante. Pensé si la gente estaría tan cansada como yo, si padecería el mismo cansancio emocional, ese desgano imposible de llevar a cuestas, o sólo era la costumbre de la siesta. Supe que en realidad se trataba de esta segunda opción y sentí, una vez más, que el problema era yo, que estaba más loca de lo que pensaba.
Me asustó verme así de deteriorada. Me asustó a esta edad. Me asustó no tener ganas. Me asustó…
Era tan rara la sensación, que si continuaba describiéndola el celular iba a estallar y no podía quedarme incomunicada.
Ubiqué un punto entonces y me creí un tanto más aliviada.

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