jueves, 26 de febrero de 2009


Cuando nos miramos al espejo, ¿lo hacemos para ver cómo nos ven los demás? ¿O para ver si el espejo nos devuelve la imagen que tenemos de nosotros? A veces lo que más odiamos de los demás, es un reflejo de lo que más odiamos de nosotros.
Los espejos pueden ser traicioneros, uno puede perderse en un espejo; como Narciso, que de an enamorado de sí mismo, que de tanto mirarse en el reflejo de un lago, se ahogó. Hay espejos en los que queremos reflejarnos; hay espejos en los que uno ve lo que quiere ver, pero también lo que no quiere ver; hay espejos en los que no queremos mirarnos; hay espejos en los que uno no se reconoce.
Si no te gusta lo que ves en el espejo, no ganas nada rompiéndolo; uno elige lo que quiere ver en el espejo; puede ver ese rasgo que detesta o esa sonrisa hermosa. ¿Quién no se miró alguna vez en el espejo y recibió una imagen que no le gustó? No hay que luchar contra el espejo, es una pelea perdida de antemano, sin sentido; si no te gusta lo que ves en el espejo, reite, te vas a empezar a gustar un poco más.
El espejo no miente, el espejo nos muestra las cosas tal cual son; nos muestra lo que tenemos, y también lo que más nos falta. Nuestros ojos pueden ver todo, menos a nosotros mismos, para eso necesitamos un espejo. Mientras nos miremos en espejos equivocados, siempre vamos a encontrar destrucción. Hace falta mucho coraje para mirarse al espejo y aceptar lo que vemos. No existe el espejo que nos muestre lo que queremos ver, sólo hay que mirarse al espejo y aceptar lo que somos, porque eso, nos guste o no, es lo que somos...

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