domingo, 31 de enero de 2010

Eran más de las diez y yo seguía llorando. No tenía nada que hacer, no tenía por qué vivir. Lo llamé y no contestó. Llamé a su casa y a su celular, no podía encontrarlo. Cuando sentís que perdés, sostenés y no encontrás de donde agarrarte, tomás el teléfono y haces llamadas desesperadas esperando que alguien conteste. Que alguien importante en tu vida conteste. Un simple "hola" me hubiera salvado. No hubo "hola"s aquella noche.
Él me había abandonado de nuevo, no podía soportarlo. Entré en crisis: lloraba intensamente con una agonía hasta ahora desconocida para mí. No podía parar, intentaba calmarme (uno, dos, tres...) en vano.
Intenté llamarlo de nuevo: tenía miedo, estaba muerta de miedo. No sabía de qué era capaz, ya no confiaba en mi consciencia, en mi racionalidad. Necesitaba escuchar una voz del otro lado. No atendió. Su celular no estaba apagado, simplemente había decidido no contestarme. Poca llamadas después, lo apagó. Fueron seis en total. Seis pedidos desesperados de ayuda, de salvación. No se hizo cargo, no me sostuvo y yo no tuve otra opción más que derrumbarme.-

No hay comentarios: